August Zollinger somos todos. De la A de su nombre a la Z de su
apellido. Y en cada una de las metáforas de sus andanzas, recorremos nuestros
propios caminos hacia lo inevitable. Ese destino que huele. Y en el caso de
nuestro protagonista, huele a tinta de imprenta y suena a rollo de papel.
Podemos acompañar con el autor a Zollinger por los pueblos y
bosques que visita, o por los amores y amistades, que cultiva, pero no se
queden en esa lectura. Este es un libro para detenerse. Para respirar en cada
página el sabor del texto y para escuchar el “ffff” de las hojas.
Y no serán los únicos que emitan sonidos, cuando toda lógica los
mandaría callar. Los árboles serán los que nos den la clave del texto. Pues no
hay amor o amistad, sin melancolía. Ni destino cumplido, sin “años de
aprendizaje”.
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