lunes, 29 de abril de 2013

EN DEFENSA DEL PAPEL o Feliz Semana del Libro

Leyendo El arte de la defensa, he vuelto a sentir lo que solo algunos textos pueden hacer, a saber, la explícita necesidad corporal de acariciar el papel, de devolver en un gesto manifiesto, visual, torpe lo generoso que el autor es escribiendo esas palabras para que algunos ojos como los míos las lean y se estremezcan.
Y ocurre por lo acertado de los contenidos, que iluminan pensamientos ocultos en tu cabeza y que producen un exagerado alivio al poder liberarse al fin. Y también por las formas precisas, que no agotan, que excitan y motivan la lectura.
Y pienso: ¿qué ocurriría si estuviera leyendo en un e-reader? ¡Maldita sea! Me considero defensora del progreso incluso en su vertiente tecnológica. Pero ¡es tan frío el material con los que los hacen! Jamás tendrá el tacto del papel, que en estos casos -acaso por la emoción de la lectura- se parece a la piel.
El mismo feedback que ahora señalo es el que tiene lugar en el teatro. Ningún actor, por muy grande que sea, podrá representar en pantalla (y ahora no me importa tampoco lo grande que sea esta pantalla) lo que transmite uno en el escenario. Y es que el público está delante, es sólo una vez, única e irrepetible aunque ocurra más veces. Es el valor del singular. AH!
No, nunca debería extinguirse la lectura en papel. Habrá textos para los que el soporte en los que se lean no signifique cambio alguno. No es una gran decisión entre comodidad y espacio. Pero hay otros, como este, en el que la experiencia frustrada del frío al acariciarlo sería comparable a tener relaciones sexuales a través de trajes de metacrilato.
Como dijo alguna vez al comienzo del siglo XXI una profesora que tuve: si no hay papel, ¿dónde caerán mis lágrimas?

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